Guía de Alone in the Dark 2: Jack is Back
Un jardín, un laberinto
Solución
No encontré a Striker por ningún lado, ni siquiera por los alrededores de la mansión. Tenía un extraño presentimiento, que rápidamente se deslizó fuera de mi mente; había llegado a La Cocina del Infierno. No quería problemas al entrar, y la bomba de mi maletín lo decía claramente. La bomba fue efectiva, desmayando al guardián de la puerta. Enseguida se recuperó, pero mis puños le dejaron sin sentido. El pobre cayó al suelo, mientras desaparecía en una espesa nube de humo. Quedé congelado por unos segundos: mi mente había desempolvado los recuerdos de Derceto.
¡Dios!, pensé. Decidí coger la ametralladora, el cargador y el frasco que había dejado aquel zombi. Antes de que otros dos zombis acudieran en su ayuda, corrí hacia la estatua que empujé metiéndome rápido en el jardín. Aquí cargué la ametralladora, aún con miedo, mientras mi cerebro seguía avanzando en aquellos viejos recuerdos.
En el jardín había muchos zombis, y tuve que acabar con todos. Por el camino, descubrí una cuerda junto a un desproporcionado As de Diamantes. ¿Sería alguna pista? En otro lugar, acabé con otro gángster al que se le cayó un libro y una foto. La foto sacaba una estatua con un grupo de hombres alrededor, y una mujer. El libro hablaba de Shorty Leg, un sanguinario pirata que perdió una pierna y se creó una nueva con ametralladora dentro, miembro de la tripulación de El Holandés Volante. Algo fallaba en todo esto, olía mal y no concordaba, ¿qué tenían que ver los gángster con los piratas?
Observando con miedo, y atacando con valor por el maldito laberinto, que hacía las veces de jardín, encontré unos frascos, algunos cargadores y un gancho junto a cuatro ases de la baraja francesa. Me acerqué al As de Diamantes y éste dio una entrada secreta a un pozo. Bajé con cautela, no quería sorpresas. Tropecé con un zombi que destruí de un solo golpe. Cogí un trozo de cuaderno de Striker, que estaba por allí cerca, y empujé el cofre consiguiendo una carta metálica. Activé un mecanismo de defensa, y salió del suelo un horrible monstruo. Mi mente recopiló todo lo visto en Derceto, y, en un momento de confusión, miedo y rabia, saqué mi 38 y apunté a esa cosa. Todo salió bien, pues acabé con el espanto. Éste dejó una espada vieja y oxidada, aunque un buen arma para enemigos sobrenaturales. Coloqué la carta metálica en el altar, abriendo la trampilla del fondo. Salí por el desproporcionado As de Diamantes que había visto antes.
El laberinto parecía estar poseído por alguna fuerza sobrenatural, diabólica y terrible. Los setos representaban caras humanas con horribles deformaciones que me hacían tener cuidado. Llegué contra unas ramas, las cuales tuve que segar con la espada oxidada. Al terminar, la misma se quebró. Al fondo estaba Shorty Leg, quien protegía el corazón del laberinto. Gracias a la lectura del libro, su carcomida pata de palo no me sorprendió. El zombi dejó caer un trozo de papel, que recogí.
Todo era muy extraño, según el libro, el pirata había nacido allá por el siglo XVIII, y había vivido casi dos cientos años. Intentando centrarme, vislumbre de nuevo la foto, viendo la estatua. Concatené la cuerda y el gancho, y lo lancé contra el brazo de la estatua. Esto abrió un pasadizo oscuro, otra vez...
Descendí escalones, salvo uno se rompió dejándome caer. En la caída perdí las armas. Registrando la zona, encontré una moneda, una bolsa vacía y una manivela. ¡No!, grité al ver el cuerpo de Striker muerto en esas cloacas. Lleno de odio, de ira, mis recuerdos de Derceto volaron como el viento, y recogiendo el limpiador de pipas y su otra mitad, juré venganza contra quienes habían hecho esto. Lo pagarían.
Junté las partes del cuaderno del pobre Striker, dándome más información sobre las cosas que ocurrían: al parecer, Jack era un ser sanguinario apasionado por la muerte y el juego, y tenía en su poder a la niña. Striker había averiguado unos pasadizos secretos en La Cocina del Infierno, y me aconsejaba recordar nuestra viejas partidas de póker.
Además, descubrió que Jack el Tuerto y sus socios destilaban whisky clandestinamente en el sótano, y lo sacaban a escondidas por una cueva que había en la parte inferior de la colina.
Abrí la puerta metálica con un viejo truco: puse el periódico en el suelo y usé el limpiador de pipas para conseguir la llave. Entre en la bodega, llena de barriles de contrabando. Cerca de una de las aventuras que daba al mar, estaba un vigilante, demasiado corpulento para acabar con él. Examinando el barril del techo y una palanca, una idea se me vino a la mente: llené de aire la bolsa de papel y la exploté, y cuando el zombi estuvo en la trayectoria del barril empujé la palanca. Salió despedido a los acantilados, dejando un rifle, un frasco y un libro de piratas.
Tenía que haber una salida por alguna parte, pero no daba con ella. Me fijé en el reloj, que poseía un agujero. Usé la manivela para dar cuerda al carillón y conseguí abrir una entrada secreta. Por el camino que había descubierto, descubrí una caja de cartuchos y un libro. El libro contaba la vida de Music Man, un pirata apasionado por el acordeón, que incluyó un revólver dentro de él. Leí con detenimiento la hoja de periódico, que era un pacto con el diablo que Music Man había firmado para ser inmortal. Todo empezaba a encajar.
Subí con un asqueroso ascensor y topé con el mismísimo Music Man. Tan rápido como pude, rasgué el papel del pacto, acabando con la vida de tan mal acordeonista. Entre llantos me apropié de su garfio.
Cerca de allí encontré una pala para lavar la ropa, que me podría servir como arma. Por allí cerca se oían disparos, así que cargué la recortada. Abrí la puerta y, sin pensármelo dos veces, dispare contra el primer gángster, y después contra el segundo, que maté de un solo tiro. Allí mismo recuperé una caja de cartuchos.
En esa sala había cuatro cartas, que si se golpeaban cambiaban. Recordando al As de Diamantes, hice que coincidieran. Un zombi, dispuesto a acabar conmigo, salió de la puerta. Con la pala acabé con él, a base de buenos lavados y secados, yéndose derechito al Infierno.
Dentro de esa habitación era donde se destilaba el alcohol. De allí cogí un manual de billar, y otro libro. Contaba la historia de T-Bone, el cocinero del Holandés Volante, famoso por su buena comida, y su destreza con la cerbatana. Allí mismo, cogí una botella de whisky, e introduje mi moneda en la máquina. Conseguí dos fichas. Fuera, había un zombi desnudo y algo borracho, al que cedí mi whisky. Pobre, no soportó la bebida. Cogí su saco, que contenía un traje de Papa Noel. ¡Cielos, eran Navidades! Me lo puse para pasar desapercibido.
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