Guía de The City of Lost Children

La Cabaña del Cajero

Solución

Definitivamente el destino podía ser muy retorcido. A decir verdad, Pieuvre, la directora, eran dos personajes en uno, dos hermanas siamesas que lo compartían todo, incluso su curioso sentido de la maldad. Eran ellas quienes daban a Miette las instrucciones para ejecutar la que iba a ser su próxima fechoría –que no sería la última–. Esta vez le tocaba al cajero que tenía una cabaña cerca de los muelles. A Miette no le gustaba la idea, pero sabía que el castigo por no obedecer era el sótano. Escuchó atentamente las indicaciones –había aprendido a escucharlo todo y a callar pacientemente, para aprender mucho más del resto de la gente–. Aunque nada convencida, prefirió ahorrarse el sótano y obedecer a Pieuvre, no sin antes recoger algunas cosas: una esponja y una bolsa de canicas.

Una vez en la calle, Pelade, un viejo –con una reputación más sucia que el sistema de alcantarillado de la ciudad– que trabajaba para Pieuvre, le dio la llave de la cabaña del cajero. Miette emprendió tranquilamente la marcha por misteriosos callejones llenos de tramos de largas escaleras. Se equivocó de camino, lo que propició que encontrara un cepillo que sería muy útil. Tras volver sobre sus pasos eligió la ruta correcta y encontró la cabaña que custodiaba el sereno del embarcadero quien, por supuesto, no iba a dejarla entrar. Miette la ignoró y éste la encerró.

Dentro, descubrió que no estaba sola, un vagabundo pegado a su botella estaba diciendo cosas sin sentido. Miette debía de salir como fuera, pero la puerta tenía un mecanismo eléctrico de apertura y la corriente no llegaba al circuito de alimentación. Sus recién adquiridos conocimientos de electricidad la permitieron manipular la caja de fusibles que estaba encima de unas cajas, subiéndose a ellas y encendiendo la corriente. De todas maneras, no había forma de entrar en la cabaña mientras el sereno estuviera allí. Caminó durante horas en los muelles en busca de una solución y lo único que encontró fue una triste barra de hierro, una botella vacía y un hueso. Una vez en el faro y cargada de mal humor la lanzó a un cuadro eléctrico provocando un cortocircuito. Si la pillaban lo pagaría muy caro. Decidió esconderse detrás de unos barriles por si alguien iba a investigar. Efectivamente, el sereno se acercó a ver y Miette aprovechó para volver a la cabaña y entrar.

En la cabaña no había gran cosa, un armario electrificado que daba descargas de 380 voltios y una caja registradora que controlaba la corriente. Miette se las arregló para desconectarla con ayuda del cepillo, el cual puso para atrancar la caja registradora, y robar el dinero. Lamentablemente, activó una alarma y el sereno apareció y la detuvo. Parecía que todo había terminado, pero por suerte One, yo, un forzudo que trabajaba en un circo y que estaba buscando a mi hermano pequeño, la ayudé a escapar.

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